Por: Tatiana Jaramillo Palacino
Leer en EL TIEMPO: https://www.eltiempo.com/bogota/agua-de-dios-historia-del-destino-obligado-de-personas-que-tenian-lepra-617289
Mientras muchos pueblos de Colombia fueron fundados por colonizadores, Agua de Dios, Cundinamarca, emergió como un extenso territorio destinado al dolor. Sin embargo, con los años se consolidó como una tierra de esperanza. El municipio fue creado para aislar allí a las personas enfermas ante el temor del contagio de lepra.
Son las once y media de la mañana, y el sol del mediodía calienta la entrada a Agua de Dios. El puente Antonio Nariño da acceso a este pequeño municipio ubicado en la región del Alto Magdalena. La población, de aproximadamente 10.487 habitantes, se abre ante los ojos del visitante. El clima es cálido y algunos vecinos conversan frente a pequeñas casitas situadas en la entrada del pueblo.
Llegamos al centro de Agua de Dios, un pueblo muy parecido a todos los que conforman esta región. Pero en cada esquina se descubren los secretos del triste pasado de la población, de la época en que era destino obligado de las personas que padecían la lepra o enfermedad de Hansen. Una placa ubicada en una de las casas esquineras del marco de la plaza reseña 1867 como la fecha de su fundación.

Foto: Tatiana Jaramillo.
El padecimiento, provocado por una bacteria que causa heridas principalmente en la piel, pero que también puede llegar a afectar el sistema nervioso, era considerado incurable y contagioso. “La gente de manera equivocada pensaba que la solución era aislarlos y no curarlos”, indica Ángel Cucuñán, funcionario de la Oficina de Turismo, el único guía disponible aquel sábado.
Hasta inicios del 2020, Agua de Dios recibía los fines de semana a visitantes de Cundinamarca y otras partes del país, pero por el temor de contagios de covid-19, la reactivación ha sido muy lenta. Los museos que cuentan la historia de las personas que eran abandonadas a su suerte en este municipio permanecen cerrados.
“Es que con el tema del covid aquí es muy complicado, a la gente le da miedo, de pronto porque está en la forma de ser, como que son en extremo precavidos, de pronto es herencia de los tiempos de los leprosarios”, agrega Luis Martínez, un camionero que se dirige a Girardot y regularmente hace una parada en esta apacible localidad. Los leprosarios, sitios a los que hace referencia el señor Martínez, eran los centros de aislamiento para los leprosos, también llamados lazaretos.
“La Ley 20 de 1927 trataba sobre los leprosos”, recuerda Ángel, el guía. Los decretos están disponibles en el archivo digital del Sistema Único de Información Normativa y cuentan con disposiciones que guardan similitudes con algunas de las medidas adoptadas recientemente en el mundo para enfrentar la pandemia, como la que indica: “(…) estudien las causas predisponentes y determinantes de la enfermedad, examinen a todas las personas sospechosas”.
“Personas de todo el país, e incluso de distintas partes del mundo, comenzaron a traer a sus familiares hasta Agua de Dios, ni siquiera podían llevarlos al leprocomio, sino que debían dejarlos en el ‘Puente de los suspiros’”, complementa Luis Martínez, el hombre del camión, quien se ha unido al recorrido por el parque luego de que le explicáramos las razones periodísticas de nuestra visita.
Movidos por la curiosidad con el enigmático nombre del puente, nos desplazamos hasta la estructura, que aún se conserva a las afueras del municipio.
Se ve en ruinas, con las paredes deterioradas y cubiertas por la maleza. Aunque hace calor y se escucha música festiva, procedente de una casa vecina, la sensación es de tristeza, quizá porque sabemos que este era el lugar donde los familiares daban casi que un último adiós a sus seres queridos.
“Según cuentan –continúa Martínez, frecuente visitante del municipio– a la gente la traían en los últimos vagones del tren. La gente lloraba en esa despedida del puente porque sabían que no los volverían a ver”. Declarado Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación, desde el 2011, según la borrosa inscripción que está en una de sus bases y que apenas se puede leer, este puente fue escenario de las más tristes despedidas.
“Es que con el tema del covid aquí es muy complicado, a la gente le da miedo, de pronto porque está en la forma de ser, de pronto es herencia de los tiempos de los leprosarios”.
De regreso al centro de la población y en busca de más testimonios llegamos al parque principal. Está rodeado de acacias, árboles muy comunes en la región, y apenas se encuentra un puñado de personas que disfrutan de un café en una de las panaderías, mientras que dos niños improvisan un partido de fútbol frente a la alcaldía municipal.
En el centro del parque hay una escultura desgastada, pero de aspecto noble, sobre la que se posan todo el tiempo algunas palomas. “Este es Luis A. Calvo, un músico muy famoso de los años veinte quien padeció de lepra y fue recluido acá, en Agua de Dios”, indica el guía Cucuñán mientras saca un cuaderno de apuntes. En las hojas de su libreta tiene consignados datos claves como las canciones más famosas, el nombre de la población que lo vio nacer, Gambita Santander.
Preguntamos si es posible conseguir algún documento que nos aporte información del célebre músico, y el joven nos recomienda el libro Dolor que canta, del autor Sergio Ospina. “Ese es el libro más completo de Luis A. Calvo, pero solo se consigue en Bogotá”.
La iglesia Nuestra Señora del Carmen, levantada en ladrillo a la vista, fue terminada el 8 de mayo de 1995, según la inscripción dispuesta a su entrada. Con una hermosa torre y campanario desde donde se hace el llamado a las misas diarias, ha sido testigo de la transformación del pueblo, que empezó a convertirse en un lugar de descanso por su tranquilidad y las bondades del clima.
Una de las personas que decidieron quedarse en Agua de Dios es Alicia Moscoso, docente de profesión y oriunda de Lenguazaque, Cundinamarca, quien llegó a dictar clases en la escuela secundaria a mediados de 1995. “Yo me amañé por el clima y por el trato de la gente, que es muy querida, lo que pasa es que por el tema del covid, todavía andan muy nerviosos y les da miedo salir”, indica mientras caminamos por el corredor central de la iglesia bajo la mirada de una imagen de San Juan Bosco, el líder de los padres salesianos.
El lugar, que siempre tiene ese típico olor a incienso, donde la profesora Moscoso nos cuenta que las Hermanas de la Presentación de Tours también fueron muy importantes para este pueblo. “Ellas se dedicaron a cuidar de los enfermos de lepra, brindándoles todos los cuidados y atención necesarios, y sabiendo que se quedarían allí toda una vida, es por eso que hoy en día son muy queridas, además tienen un colegio al igual que los padres salesianos y hoy en día se encuentran por todo el mundo realizando misiones”.
Cae la tarde, salimos de la iglesia no sin antes agradecerle a esta docente de 65 años, pensionada y enamorada de Agua de Dios, por hacer las veces de guía. Además, ella tiene una explicación de lo que está ocurriendo actualmente en el municipio.
“Ahora, en tiempos de pandemia, es muy difícil poder ver a las personas que padezcan de la enfermedad caminando por las calles o sentados en el parque, debido a que generalmente ellos, especialmente los adultos mayores, tienen bajas defensas y pueden contraer enfermedades virales”.
Ángel Cucuñán, el guía; Luis Martínez, el señor del camión, y la profesora Alicia Moscoso se quedarán en la memoria por ser las únicas personas que, en medio del temor en tiempos de pandemia, compartieron las historias de un pueblo tranquilo que en el pasado se sobrepuso a los temores, dejó de ser el sitio de aislamiento para los leprosos y se convirtió en un promisorio municipio del departamento de Cundinamarca.
Tatiana Jaramillo Palacino
@TatiPalacino