Por Sergio Velásquez, estudiante UNINPAHU
El sol se refleja sobre la superficie del agua, mientras la corriente lenta empuja los trozos de ramas que viajan en un vaivén poco armónico, cientos de personas pasan a diario y presencian la belleza de este pequeño ecosistema que sigue en medio de la contaminación de la ciudad. El humo de los carros contrasta con el verde de la vegetación y los papeles, el plástico, la basura que dejan los transeúntes raya con la fauna del lugar, es curioso ver entre tanto cemento y edificios de 10 pisos un mundo más cercano a la naturaleza y que se conserva en medio de tanta contaminación, por lo menos intenta hacerlo.
Son 2, 22 kilómetros cuadrados del humedal Tibabuyes, o como los ciudadanos lo conocen Juan Amarillo, está ubicado entre las localidades de Suba y Engativá, su extensión es tan grande que corta más de 12 barrios; recordemos que este humedal está en lo que hace mucho tiempo fue un pueblo sagrado Muisca y que el nombre Tibabuyes proviene de esa lengua nativa y significa Tierra de Labradores.Tradición e historia convergen con la modernidad y lo nefasto que puede llegar a ser el ser humano. Desde hace más de 9 años el humedal ha sufrido por la contaminación, por la falta de atención y porque el egoísmo de los seres humanos merma sus ganas de vivir.
Una mujer persistente
Las yemas de los dedos de Andrea Castro rozan los adoquines y el cemento, se frotan con el césped y recogen todo lo que para ella es “despojos del ser humano que acaban con la vida”, Andrea es un fiel creyente de que con acciones pequeñas se pueden lograr muchos cambios grandes; sin embargo, hoy en su mirada no hay tanto optimismo como en otras ocasiones. Llegamos muy temprano a las mediaciones del Humedal Tibabuyes o Juan Amarillo y la cantidad de basura que vimos cerca de la superficie y algunas flotando en el agua fue algo desolador, recuerdo escuchar “¡Jueputa vida, odio a esta gente!”; sentada en un lugar observando el plástico por todos lados, residuos de basura y demás lloraba, lloraba sin cesar.
Las lágrimas de Andrea se detuvieron por un momento, con su buzo negro petróleo estampado con la icónica banda de rock AC/DC fue quien secó sus lágrimas y como si estuviera poseída por un espíritu y empezó a recoger con más ganas la basura que encontraba; Andrea tiene 27 años, está a punto de culminar sus estudios en ingeniería ambiental, todos los fines de semana viene al Humedad Tibabuyes con 4 compañeros de la universidad, su hermano, la novia de su hermano, su mamá y recogen basura. Llenan hasta 18 o 20 bolsas negras de basura, separando los residuos y aportando algo a la reducción de la contaminación, este pequeño grupo no tiene nombre, no tiene páginas en redes sociales, no suben videos, nada de eso, “no quiero publicidad, no quiero mostrar lo que hacemos. Porque esto lo hacemos para ayudar a la naturaleza, para devolverle algo de todo lo que le hemos arrebatado”.
“Mi hermana se preocupa mucho por esto, ha llegado al punto de imprimir miles de panfletos con información acerca de la importancia que tienen los humedales, sobre todo este. Pero también es contraproducente, porque ella se decepciona mucho y le duele que la gente a la que le ha dado la información sigue con sus mismos actos”, nos cuenta Nicolás, hermano de Andrea y quien hace los panfletos con la información. Nicolás ha sido testigo del proceso que su hermana lleva desde hace más de 2 años y aunque los gestos de Nicolás son de que no cree que la gente cambie, apoya a su hermana desde el día 1 hasta que algo pase.
La idea, una falacia
“Todo esto nación de la preocupación que me aqueja todos los días al ver como muere todo lo que nos da vida”, Andrea solo se levanta con la firme convicción de que hará algo, así sea pequeño para mejorar lo que está pasando. Todo empezó cuando en el 2018 Andrea vio que una construcción cercana estaba arrojando residuos al agua, “me emputé y fui directamente a donde el señor que estaba arrojando todo ese escombro, ¿sabes qué me respondió cuando le hice el reclamo?; qué ese no era mi problema y me puteó”, ahí Andrea entendió que debía hacer algo y desde ese domingo ella se levanta todos los fines de semana a las 6 a. m. para ir a recoger residuos en alguna parte del humedal.
Caminan durante horas recogiendo todo y poco a poco se unen personas, lo que hace que la idea de que todos somos unos seres egoístas se queda en falacia, de repente, un niño de unos 8 años empieza a recoger basura con nosotros y a preguntar dónde bota las cosas y así, el grupo de menos de diez personas se transforma en 20, todos queriendo ayudar, todo recogiendo y sin decir una sola palabra, solo recogen, el rostro de Andrea y los acompañantes se ilumina y la sonrisa dibuja su cara.
Andrea para lo que está haciendo y empieza a hablarles a todos, “quiero agradecerles por unirse a esto. No somos una fundación, no somos una entidad gubernamental, de hecho, ellos son los que menos se preocupan. Quiero decirles que debemos cuidar nuestros humedales, son una fuente de vida enorme, no solo por el agua sino porque son un ecosistema completo, muchos seres vivos dependen de este ecosistema y de nosotros depende la supervivencia de ellos”, Andrea termina invitando a la gente a empezar desde sus hogares y empieza a repartir unos panfletos donde indica la forma correcta de separar los residuos.
Los aplausos no esperaron, pero Andrés no se inmutó, solo quería repartir los panfletos, este pequeño grupo liderado por la chica que pronto se graduará de ingeniera ambiental, solo piensa en el bien de un ecosistema, no quiere reconocimiento, no pretende fama, inclusive fue complejo que me diera una entrevista porque ella sugiere que esto no es para la fama, sino que todos los humanos deberíamos tener algo de conciencia ambiental. Es importante entender que los humanos, así como tenemos nuestras acciones que perjudican, también podemos, con acciones positivas aportar a esos contextos donde quienes deben ayudar no lo hacen.