Por: María Paula Duran
Leer en EL TIEMPO: https://www.eltiempo.com/bogota/el-cementerio-oculto-de-monserrate-que-alberga-50-bovedas-583741
Bajo el esquema cinematográfico de los noventa a la actualidad, los cementerios son lugares sombríos, con neblina sepulcral y actos de brujería frecuentes. Pero resulta que no siempre es así. Aunque sin duda existen cementerios descuidados y con poca luz en Bogotá, el mencionado en este texto no es para nada terrorífico; es un lugar que transmite paz al verlo en una fotografía o al estar allí y oler su frescura.
Aunque los capitalinos probablemente lo conocen o han oído hablar sobre él, existen detalles que en su mayoría nadie menciona, lugares en la gran montaña que pasan desapercibidos y que inclusive un extranjero notaría más que un visitante habitual del cerro.
Entre esos está el cementerio de Monserrate, ubicado a mano izquierda del camino peatonal, al lado del santuario por el que muchos devotos suben; es un pequeño espacio que alberga unas 50 tumbas que datan del siglo XX y que tienen un estilo diferente al tradicional.
Luego de subir los 1.605 escalones, con sudor en la frente, la respiración agitada y el palito de un helado que se comió mientras subía, diríjase por el sendero a su izquierda, camine unos 20 pasos y allí encontrará el pequeño cementerio de Monserrate. Seguramente después de verlo se pregunte muchas cosas como: ¿por qué hay tan pocas tumbas?, ¿a quién pertenecen? o ¿por qué no había escuchado sobre este cementerio?
Resulta que es información difícil de descifrar, incluso quienes trabajan allí desde hace un buen tiempo desconocen su procedencia y su funcionamiento. Los pocos datos que se consiguen vienen de los que recorren el cerro todos los días. En este caso, Jonatán, de tez clara, barba sombreada y un gesto amable, encargado del mantenimiento de varias zonas en el cerro, menciona que las tumbas pertenecen a los habitantes de las veredas cercanas a la montaña: indígenas y campesinos que rondaban el lugar, y que lo cuidaban cuando Monserrate no le pertenecía al Distrito.
El santuario fue creado en el siglo XVII para celebraciones religiosas y peregrinaciones, luego empezó a surgir el resto de atractivos del lugar. La construcción de senderos para hacerlo transitable y en los que se ubican puestos artesanales en donde se encuentran recordatorios, morrales, manillas y objetos simbólicos de la cultura bogotana y colombiana.
También hay pequeños puestos de comida, gastronomía campesina como la cuajada, el bocadillo, la melcocha y otros alimentos elaborados en su mayoría a mano. Y los restaurantes con vista hacia las montañas de alrededor.
Crearon alternativas para llegar a la cima del cerro, opciones para los adultos mayores o para los bebés que no podían subir caminando: el funicular, un transporte tipo ferrocarril, utilizado para subir grandes pendientes; por otro lado, el teleférico, una cabina elevada por un cable que, de igual manera, sube cuestas. En alguna época hubo una atracción de ‘telesillas’ donde las parejas tenían un plan romántico inspirado en las películas norteamericanas al estilo y con un panorama bogotano.
Debido a que antes de 1991 no había separación entre Iglesia y Estado ni la libertad de cultos, las creencias estaban arraigadas al catolicismo; por ende, en el siglo XX la cultura campesina era muy devota y parece que tenían fe en la tradición de ser sepultados cerca de la iglesia; para ellos, cuanto más cerca reposase su cuerpo al templo, más cerca estarían de Dios. Siendo esto una suposición porque no hay muchos datos que indiquen las creencias de aquellos campesinos, y ni hablar de los indígenas, que tenían creencias diferentes al catolicismo.
El cementerio tiene una estructura sencilla, paredes de piedra como las del sendero peatonal. Las lápidas están limpias, su textura lisa y su color beige están casi intactos; lo curioso sería el grabado textual, algo desgastado por la propia naturaleza. Muy pocas lápidas contienen fecha de nacimiento y fallecimiento, la mayoría solo tienen el día y el año de la muerte. En la fachada de este espacio, lo que se consideraría el nombre de aquel cementerio, PAX, una palabra en latín que traduce ‘paz’ al castellano.
Un ambiente tranquilo en el que los cuerpos descansan con la vista y el frío de la majestuosa Bogotá. Es un ambiente privado, afirma Estéfany, con un tono de voz amigable, piel trigueña y su uniforme que indica su cargo: guía de recorridos en Monserrate. Únicamente quienes tengan un familiar dentro de aquel cementerio podrán entrar; los de mantenimiento abren y permiten la visita a la tumba correspondiente. Bogotá tiene un encanto único, tal vez para muchos es peligrosa y no tiene nada especial.
Al contrario, están quienes admiran el aspecto bohemio en el centro de la ciudad, quienes conocen su historia y gustan de conocer lugares representativos de su cultura, quienes la respetan y valoran su evolución y quienes dejan atrás sus defectos para apropiarse, amarla y proyectarla como el lugar en donde las mil culturas se unen para crear una sola. Si usted es uno de ellos, visite el cerro de Monserrate y el cementerio en el que algunos cuerpos tienen la dicha de descansar.
María Paula Durán